martes, 10 de enero de 2023

La Navidad de nuestras vidas

 Es llamativo cómo las costumbres y los rituales que nos inculcan de chicos se vuelven norma: la cena es a las nueve, el pasto lo corta una vez cada uno, y, sin discusión alguna, la fruta es postre, sobre todo cuando el mango ajusta. Claro que también aplica para las reuniones familiares y las Fiestas, ni que hablar cuando la mutación de la familia va sufriendo los embates del tiempo, las ausencias, los divorcios y las incorporaciones. Todos tenemos nuestros rituales, nuestros lugares, incluso nuestros dulces y amargos. Y el arroz de la tía Moni, por supuesto.

Navidad en José Mármol, Año Nuevo en Escalada. Así fue para mí, desde que el mundo es mundo, hasta que los viejos de mi viejo se nos fueron -demasiado rápido y bastante juntos-, y decidimos reagruparnos todos en Mármol. La vida continuó, los grandes se hicieron más grandes y los chicos nos hicimos menos chicos: nuevas sedes, nuevas caras, los mismos rituales. No voy a profundizar mucho porque el limpiaparabrisas ya no funciona bien. Apenas diré que este año hubo una

interrupción momentánea, producto de una ausencia inesperada, irreparable, y por demás injusta, como si acaso existiese un sentido de justicia. Justo cuando todo empezaba a tener sentido. No fue ni Mármol, ni Escalada. Fue un intervalo necesario para volver pronto. El destino de este año tan particular estaba bastante más lejano. Créanme, este año el brindis nos trasladó a miles de kilómetros.
Como nunca antes, tuvimos un Mundial casi a fin de año. Totalmente atípico, caluroso, sentido y veraniego. Con un sabor único e inigualable después de tanto sufrimiento. Ese mes de nervios y cábalas nos hizo olvidar que el 24 había que brindar, y que cuando las copas se levantaban, habría algún zozobro. Nos desasociamos de esa realidad, casi hasta que llegó. El villano de Mbappé, el Freddy Krueger de nuestra adultez, casi nos quita mucho más que una ilusión mundialista: estuvo a nada de robarnos la Navidad misma, en una realidad alternativa que no quiero siquiera imaginar. Efecto mariposa, que le dicen. Un simple suceso cambia el curso de la historia. El vitel toné hubiera sido de barro, el pernil hubiera sido un “piedril”, la sidra transformada en agua de zanja y lo que es más terrible aún, el champagne transformado en sidra. Hubieran dado las doce con un brindis insulso, con gestos inanimados y mecanizados, como cargar la SUBE un lunes cualquiera. Hubiéramos salido a la calle a buscar al idiota que tiró una cañita voladora, y a más tardar, a las 2 todos a la cama sin poder dormir, porque dormir, lo que se dice dormir, hubiera sido imposible.
Visualizando realidades paralelas y efectos mariposas, las posibilidades son infinitas. Y ahí es donde tengo un serio problema: por momentos pienso que todo está escrito, que el destino quiere o no quiere, sin importar lo que hagamos. Que ya todo está digitado. No, no hablo de polvos, de cenizas ni de planes celestiales. Me encantaría, pero nunca pude ir por ahí. Lo que me hace dudar es bastante más terrenal y fáctico. El qué se transforma en un quién, y el quién es un pibito que rompió todos los planes, los divinos y los argentinos. La historia ya es conocida: Rosario profundo, tratamientos, inyecciones, dificultades económicas, Barcelona y mil momentos para abandonar la pelota, el pasaporte y la bandera.
Hasta junio de 2021, Lionel Messi había jugado 5 Copas América y no había ganado ninguna, perdiendo insólitamente 3 finales, dos de ellas consecutivas y por penales. Había jugado 4 Mundiales sin títulos, perdiendo una final en tiempo suplementario. Había sido resistido, criticado y ridiculizado, mayormente por argentinos con distintos intereses y nulas capacidades analíticas. Había renunciado a la Selección, volviendo al poco tiempo por clamor popular para clasificarnos, él solito, a Rusia 2018. Había sido comparado con Maradona hasta el hartazgo, como si no tuviésemos espacio en el corazón para los dos. Había sido víctima de la más cruel inquisición futbolera: si Messi es el mejor de la historia, ¿por qué no nos puede traer la Copa? ¿Por qué no gana como en el Barcelona? Un año y medio después, Leo completó su saga y ganó la Copa América y el tan ansiado Mundial.
Motivos y momentos para claudicar le sobraron siempre. Pero no hubo efecto mariposa que pueda con este pibe, que disfruta jugando “al fulbo”, que se come las eses y las críticas, y las traduce en combustible para seguir intentándolo. Está de moda llamar resiliencia a esa capacidad de afrontar adversidades, de imponer un carácter fuerte frente a escenarios complejos, soportando mejor la presión y las críticas. Yo no creo que Messi sea resiliente, me inclino a pensar que siempre será ese pibe inconsciente que gambeteó rivales y jeringas sin tanta psicología a cuestas; que esquivó a la suerte por deseo y por voluntad de hacer lo que le gusta; que a pesar de su intachable responsabilidad profesional, pudo por fin romper esquemas y ahuyentar “bobos” y Van Gaales; que logró finalmente, comprender que la historia la escriben no sólo los que ganan, sino los que persisten, se levantan y siguen adelante con sus sueños. Messi va a jugar hasta los 40 o 45 años, o hasta que sus piernas digan basta. No buscará más records, ni flashes ni títulos, sólo seguir corriendo con la pelota al pie, para escaparle al destino, y a alguna que otra mariposa.
Anoche cuando dieron las doce, con la final en la tele a todo volumen, ese pibe ya no tan pibe nos emocionó otra vez como si fuese una prolongación del domingo pasado. Gracias Lionel, sin saberlo nos hiciste olvidar el reloj, las distancias y las sillas vacías; nos metimos todos en la tele, y subimos al escenario del estadio Lusail, a brindar con vos, con la Scaloneta y con la Copa. Las lágrimas que pensábamos -y temíamos- estuvieron, pero fueron de emoción, por poder ver que éste sueño, tan postergado y anhelado, finalmente se cumplió. Que los buenos a veces también ganan.
No puedo cerrar sin pensar lo que vivimos en las calles durante la última semana. Quedará para la posteridad que la mayor movilización popular de nuestra Nación fue sin organización de quienes están para organizar. También dirá que hubo 5 millones de personas en Buenos Aires, y otras tantas multitudes en el resto del país, sin mayores incidentes ni grietas estériles. ¿Será que este paisito adolescente puede encontrar algún aire de entendimiento en 5 millones de gargantas desconocidas? ¿Será que la mejor forma de lograr un esbozo de madurez colectiva, la encontramos en una procesión casi anárquica, sin ley, sin uniformes y sin vallas? ¿Es posible que un principio utópico de unión, de amor y de respeto, provenga de lo que logramos con un pedazo de cuero inflado? ¿Y si podemos entonces, torcer el efecto de nuestras propias mariposas? ¿Y si hacemos de esta pasión bien entendida, nuestro nuevo ritual?
No lo sé. Si esperabas encontrar una respuesta a esas preguntas en estas humildes líneas, me temo que no tengo mucho para ofrecerte. Pero sí puedo afirmarte que con el tiempo dimensionaremos que fuimos testigos privilegiados de cómo un pibito introvertido, desalineado y timidón nos regaló estas dudas en la mejor Navidad de nuestras vidas, en Mármol, en Escalada, en Qatar o en donde sea que hayamos levantado esa bendita Copa.

De relojes y Mundiales

16 de diciembre de 2022, cuarenta y ocho horas antes de la Final de nuestras vidas.

Y son las 10 de la noche. O las 4 de la tarde, o las 4 de la mañana. ¿Qué más da, si total no duerme nadie? El deseo es tan grande como el miedo a que llegue. Pasan las horas y se estruja todo: la garganta, el corazón y la memoria. Es que pasaron -pasamos- tantas, que tiene que ser, que es ahora, que no será, que qué tendrá de especial, si al final son 22 tipos y un pedazo de cuero fabricado en India o Pakistán, y yo acá en la otra punta del culo del mundo haciéndome mala sangre por algo tan efímero y chiquitito.

No voy a cuestionar lo incuestionable, ni a proponer falsos dilemas. Ni siquiera se me ocurre poner sobre la mesa lo evidente: teniendo nosotros tantos problemas graves y reales, tantas urgencias palpables y visibles, centrar nuestra mismísima existencia en un partido de fútbol, parece por lo menos, una estupidez inimaginable. Al fin y al cabo, uno gana y el otro pierde. Uno ríe y el otro llora, hasta que el reloj de arena mundialista vuelve a setearse con destino 2026. Siempre fue así. Pero no, no es eso lo que estruja. Es algo incluso más grande que todo lo anterior. Tiene que ver con lo único invencible; con lo único que es implacable; con lo único que es realmente inapelable, imposible de doblegar: es el paso del tiempo.

Parece simple y la idea está trillada: uno siempre vuelve a donde fue feliz, a donde amó, a esos lugares de la memoria donde el tiempo parecía detenerse. Ahí, en la juventud y en la plenitud, con los recuerdos nítidos y con la certeza de que cada 4 años se cierra y se abre un nuevo bloque en las vidas de los futboleros de este rincón del mundo. Un reloj. Un ciclo. Porque siempre te vas a acordar donde estabas cuando nos cortaron las piernas, qué promesa hiciste cuando Verón pedía calma en ese córner, con quien descubriste que Lehmann tenía un machete o con quien lloraste en silencio, sabiendo que era por abajo... Los mas grandes, testigos de la gloria inoxidable, se acordarán de Monumentales llenos, de algunas casas vacías y de muchas memorias selectivas. De gritos en el abismo. Más acá, otros tendrán memorias de Obeliscos y bidones, de sentirnos bendecidos desde Fiorito hasta Londres ida y vuelta, de estar protegidos por tener al mejor, soñando que sería para siempre.
La nuestra es una generación cortada, arrancada y estancada en muchos aspectos. Nos criamos en el último eslabón de lo que siempre consideramos “un tiempo mejor”: fueron los últimos años de jugar en la calle, de volver del colegio solos, de ir a bailar caminando. De normalizar situaciones que hoy son inadmisibles. De machismo, misoginia, ignorancia y de otras yerbas. De la idolatría exacerbada y de la estúpida cultura del aguante que tanto nos enorgullece y tanto nos robó.
Tengo que admitir que en el fútbol también me cuesta: amo incondicionalmente a Messi, pero Diego es infancia, aun habiendo visto con cierta conciencia sus últimos años de futbolista, lejos del astro incomparable que supo ser. Maradona nos dio la primera identidad a varias generaciones, la que nos contaron en casa, y la que vimos una y mil veces en la tele. Y ese es un lugar feliz al que nos aferramos cada día más. Diego nos dio refugio, bandera y sentido para construir ese pasado, necesariamente mejor. Hoy nos emocionamos con el Dibu, y de chiquitos jugábamos a ser el Goyco. No terminamos de dimensionar las corridas de Julián: mientras escribo me sigue pareciendo extraño que ya haya superado en términos mundialistas al Cani, prócer indiscutido de la nuestra. Pasa todo tan rápido que en apenas 2 años se esfumaron otros 40 de debate entre menottistas y bilardistas. Un flaco timidón y sin experiencia quemó todos los libros y expuso a muchos salames de pantalones achupinados.
Me vuelvo a leer y me siento un poco viejo. Los treinta y largos aún no aprietan, pero en perspectiva, los relojes mundialistas de arena pasan cada vez más rápido, e inevitablemente acortan la soga. Quisiera poder escribir sobre cosas mas importantes, desde un lugar del mundo un poco más sofisticado y atendiendo situaciones más terrenales, pero no me sale. Hay que hacer las pases con uno mismo, asumiendo sin rencores que en esta tierra recóndita, preciosa y tercermundista, ésta es la nuestra para hacerle cosquillas a los poderosos. Al menos un ratito. Para romperles un poco las pelotas a los que nos señalan, a los que nos acusan, a los que nos cuestionan, a los que nos digitan. A esos de la moralina, a los que colonizan, a los que nacionalizan, a los que invierten con lo ajeno y pretenden dar lecciones. Hoy somos el hijo adolescente del mundo, y sólo queremos un poco atención en lo que nos sale mejor.
El domingo tenemos una de esas citas de las que quedan en YouTube. No habrá que esperar a que salga Héroes, lo tendremos todo el lunes, cuando otro reloj de arena inicie, su imparable ciclo de 4 años.
Vamos por todos nosotros, por las generaciones que ya lo vivieron, por los que la van a vivir por primera vez. Vamos por los que están, por los que estuvieron y, sobre todo, por los que van a seguir estando siempre. Vamos por ese barrilete cósmico inolvidable que tanto quilombo nos hizo en el corazón. Vamos por esta camada de inconscientes que nos ilusionaron una vez más. Vamos por vos, Pulga querida, que lo mereces mas que nadie.
VAMOS ARGENTINA, CARAJO.

El viejo se hizo líquido

Lo agarré por obligación, con la soga al cuello con la necesidad de aprobar un parcial, y terminé leyéndolo como si fuera Galeano, Stephen King o Fontanarrosa. El viejo escribió mil ensayos, la gran mayoría hace 30 o 40 años, pero su vigencia late. Tomándome el atrevimiento de resumir su obra en dos parrafitos, Zygmunt Bauman postulaba 2 grandes tipos de sociedades o “modernidades” en la historia contemporánea: la Modernidad Sólida y la Modernidad Líquida. El quiebre entre uno y otro es la globalización y la irrupción definitiva de la tecnología, bastiones principales del avance capitalista.
La Modernidad Sólida no era más que una necesidad capitalista de corte liberal: los Estados europeos nacientes tenían como primer objetivo garantizar las fronteras, una misma lengua, purificar las etnias y justificar guerras. Falsa bandera(teniendo en cuenta la mescolanza europea de la época), devenida en patriotismo estúpido. El modelo liberal ganó por partida doble; se aseguró la estabilidad necesaria para operar, y generó en sus pueblos la idea de identidad–y, lo que es peor- la noción de amenaza permanente. El miedo y el patriotismo parieron gemelos: fascismo y genocidio. Mercado 1, Sociedad 0.
Con apenas algún respiro keynesiamo de posguerra, el capitalismo mundial volvió a estabilizarse tras la crisis del petróleo. El trabajo pasó a ser un premio para los más aptos, y no un factor esencial de la vida en sociedad. Los colectivos y las instituciones perdieron terreno a manos de la desocupación y la miseria, y el individualismo comenzó a ser la regla. La globalización y la era informática terminaron de gestar el sueño capitalista dominante: un mercado de iguales "desiguales", donde las relaciones a todo nivel son efímeras y cada persona es su propia empresa. Esa velocidad en los vínculos (como un líquido que cae) le da significado a la Modernidad Líquida, y la maquinaria sólo engrana bien si genera el temor a quedar marginado. El miedo y la desigualdad parieron gemelos: inestabilidad y pobreza. Mercado 2, Sociedad 0, y anda a buscarla al ángulo, pero anda solito y apurate.
Ya me pasé de los 2 parrafitos y eso en Facebook es pecado. No importa, vale la pena una anécdota cortita de un profe que tuve. Contaba que cuando era chico, hace 40 años, fue con sus padres a la casa de electrodomésticos del barrio y compraron un lavarropas. Su familia estaba pensada para toda la vida –siempre y cuando el amor acompañara-, pero no sólo el matrimonio estaba así idealizado. El comercio de barrio era el negocio de otra familia y había pasado de una generación a otra. Hilando aún más fino, el lavarropas Eslabón de Lujo estaba diseñado y producido para durar 30 años en casa. Y yendo aún más profundo, muchos de los trabajadores que hicieron esa máquina, muy probablemente hayan trabajado en Eslabón de Lujo durante toda su carrera laboral. Esa estabilidad era la piedra fundacional para pensar en un proyecto común.
El profesor nos contó también que hace poco que había ido a comprar con su novia un TV LED, lo pagó en 12 cuotas con el descuento ofrecido por el banco con el que operaba su trabajo. Al poco tiempo debió llevar la tele al servicio técnico porque dejó de funcionar. Aparato berreta, hecho para unos meses. Allí recordó el lavarropas de sus viejos y la vida pensada a largo plazo. La Modernidad Líquida le cacheteó la jeta: no sólo había cambiado de pareja, también era otra la persona que lo atendió en Garbarino y el beneficio del banco ya no era tal, ya que prefirió irse a otra empresa por unos pesos más. Muchos de sus vínculos ya no eran. Todo rápido, todo yo, todo ya.
No hay reflexión ni conclusión final, solamente el libre albedrío de permitirse pensar. Por supuesto que no todo tiempo anterior fue mejor, pero si se desconocen las bases sólidas, no vamos a poder estar despiertos cuando el ciclo líquido del lavarropas vuelva a cero y nos pida apretar, una vez más, el botón de lo efímero.

La Navidad de nuestras vidas

  Es llamativo cómo las costumbres y los rituales que nos inculcan de chicos se vuelven norma: la cena es a las nueve, el pasto lo corta una...