martes, 10 de enero de 2023

De relojes y Mundiales

16 de diciembre de 2022, cuarenta y ocho horas antes de la Final de nuestras vidas.

Y son las 10 de la noche. O las 4 de la tarde, o las 4 de la mañana. ¿Qué más da, si total no duerme nadie? El deseo es tan grande como el miedo a que llegue. Pasan las horas y se estruja todo: la garganta, el corazón y la memoria. Es que pasaron -pasamos- tantas, que tiene que ser, que es ahora, que no será, que qué tendrá de especial, si al final son 22 tipos y un pedazo de cuero fabricado en India o Pakistán, y yo acá en la otra punta del culo del mundo haciéndome mala sangre por algo tan efímero y chiquitito.

No voy a cuestionar lo incuestionable, ni a proponer falsos dilemas. Ni siquiera se me ocurre poner sobre la mesa lo evidente: teniendo nosotros tantos problemas graves y reales, tantas urgencias palpables y visibles, centrar nuestra mismísima existencia en un partido de fútbol, parece por lo menos, una estupidez inimaginable. Al fin y al cabo, uno gana y el otro pierde. Uno ríe y el otro llora, hasta que el reloj de arena mundialista vuelve a setearse con destino 2026. Siempre fue así. Pero no, no es eso lo que estruja. Es algo incluso más grande que todo lo anterior. Tiene que ver con lo único invencible; con lo único que es implacable; con lo único que es realmente inapelable, imposible de doblegar: es el paso del tiempo.

Parece simple y la idea está trillada: uno siempre vuelve a donde fue feliz, a donde amó, a esos lugares de la memoria donde el tiempo parecía detenerse. Ahí, en la juventud y en la plenitud, con los recuerdos nítidos y con la certeza de que cada 4 años se cierra y se abre un nuevo bloque en las vidas de los futboleros de este rincón del mundo. Un reloj. Un ciclo. Porque siempre te vas a acordar donde estabas cuando nos cortaron las piernas, qué promesa hiciste cuando Verón pedía calma en ese córner, con quien descubriste que Lehmann tenía un machete o con quien lloraste en silencio, sabiendo que era por abajo... Los mas grandes, testigos de la gloria inoxidable, se acordarán de Monumentales llenos, de algunas casas vacías y de muchas memorias selectivas. De gritos en el abismo. Más acá, otros tendrán memorias de Obeliscos y bidones, de sentirnos bendecidos desde Fiorito hasta Londres ida y vuelta, de estar protegidos por tener al mejor, soñando que sería para siempre.
La nuestra es una generación cortada, arrancada y estancada en muchos aspectos. Nos criamos en el último eslabón de lo que siempre consideramos “un tiempo mejor”: fueron los últimos años de jugar en la calle, de volver del colegio solos, de ir a bailar caminando. De normalizar situaciones que hoy son inadmisibles. De machismo, misoginia, ignorancia y de otras yerbas. De la idolatría exacerbada y de la estúpida cultura del aguante que tanto nos enorgullece y tanto nos robó.
Tengo que admitir que en el fútbol también me cuesta: amo incondicionalmente a Messi, pero Diego es infancia, aun habiendo visto con cierta conciencia sus últimos años de futbolista, lejos del astro incomparable que supo ser. Maradona nos dio la primera identidad a varias generaciones, la que nos contaron en casa, y la que vimos una y mil veces en la tele. Y ese es un lugar feliz al que nos aferramos cada día más. Diego nos dio refugio, bandera y sentido para construir ese pasado, necesariamente mejor. Hoy nos emocionamos con el Dibu, y de chiquitos jugábamos a ser el Goyco. No terminamos de dimensionar las corridas de Julián: mientras escribo me sigue pareciendo extraño que ya haya superado en términos mundialistas al Cani, prócer indiscutido de la nuestra. Pasa todo tan rápido que en apenas 2 años se esfumaron otros 40 de debate entre menottistas y bilardistas. Un flaco timidón y sin experiencia quemó todos los libros y expuso a muchos salames de pantalones achupinados.
Me vuelvo a leer y me siento un poco viejo. Los treinta y largos aún no aprietan, pero en perspectiva, los relojes mundialistas de arena pasan cada vez más rápido, e inevitablemente acortan la soga. Quisiera poder escribir sobre cosas mas importantes, desde un lugar del mundo un poco más sofisticado y atendiendo situaciones más terrenales, pero no me sale. Hay que hacer las pases con uno mismo, asumiendo sin rencores que en esta tierra recóndita, preciosa y tercermundista, ésta es la nuestra para hacerle cosquillas a los poderosos. Al menos un ratito. Para romperles un poco las pelotas a los que nos señalan, a los que nos acusan, a los que nos cuestionan, a los que nos digitan. A esos de la moralina, a los que colonizan, a los que nacionalizan, a los que invierten con lo ajeno y pretenden dar lecciones. Hoy somos el hijo adolescente del mundo, y sólo queremos un poco atención en lo que nos sale mejor.
El domingo tenemos una de esas citas de las que quedan en YouTube. No habrá que esperar a que salga Héroes, lo tendremos todo el lunes, cuando otro reloj de arena inicie, su imparable ciclo de 4 años.
Vamos por todos nosotros, por las generaciones que ya lo vivieron, por los que la van a vivir por primera vez. Vamos por los que están, por los que estuvieron y, sobre todo, por los que van a seguir estando siempre. Vamos por ese barrilete cósmico inolvidable que tanto quilombo nos hizo en el corazón. Vamos por esta camada de inconscientes que nos ilusionaron una vez más. Vamos por vos, Pulga querida, que lo mereces mas que nadie.
VAMOS ARGENTINA, CARAJO.

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